LOS CACIQUES, de Carlos Arniches, ha sido una intensa y apasionada experiencia teatral para Alquibla Teatro y todos los que hemos formado parte de este proyecto.
En el largo proceso de preparación he podido reafirmar la grandeza de Arniches, el difícil equilibrio que mantiene entre el plano cómico y el trasfondo profundo de su temática, que forma parte de su visión de una España deforme, corrupta y ridícula, en la que la corrupción sistémica llega a todas las estancias, tan similar a la que hoy nos ha tocado vivir.
Es de agradecer la valiente versión de César Oliva, que ha introducido algunos elementos de “El Inspector General” de Nikolái Gógol, obra que inspiró a Arniches, reduciendo sus elementos costumbristas, alejándose del sainete para transformarse en una comedia satírica, limpiado de excesivos vulgarismos, propios del costumbrismo sainetesco, que desvían el humor hacia formas tópicas; buscando una mayor aproximación a la crítica sobre el caciquismo.
Alejados del sainete y del costumbrismo, actrices-actores y yo mismo nos hemos aproximado al autor desde su universo creativo más complejo, como es el de la tragicomedia grotesca, un concepto dramático más trascendente inventado por el propio autor. El humor que se desprende de lo grotesco posee en sí mismo algo más profundo.
Arniches, hombre moderado, fue valiente al gritar “¡Muera el caciquismo!” dirigiéndose a un público burgués-conservador, que podría verse fácilmente reconocido en el espejo que aparecía al subir el telón.
Es posible que a nivel intelectual no alcanzase a Valle, ni a nivel poético a Lorca, pero creo que los tres –con toda mi admiración a Benavente o Jardiel- conforman el triunvirato dramatúrgico de la primera mitad del siglo XX.
La acción dramática se desarrolla en un espacio escénico contemporáneo –todo un invento-, diseñado por el escenógrafo Fernando Caride, que juega con elementos corpóreos construidos en cartón, como metáfora de la falsedad y el engaño, mezclado con vestuario de época. Ambos, escenografía y vestuario, estarán imbricados con un gran dinamismo escénico, a ritmo de pasodoble, compuestos por el músico Salvador Martínez (compositor de las bandas sonoras de Alquibla Teatro desde 1993.)
El espectador se encontrará con una propuesta que se enmarca en un delicado equilibrio entre la tradición y la innovación, el arrebato y la sutilidad, el apasionamiento interpretativo y el compromiso ético-estético, entre lo serio y el humor desbordante.
Espero que el público disfrute con el montaje, aunque a estas alturas no es una prioridad en mis preocupaciones. El público generalista apuesta mayoritariamente por un teatro de evasión, y a ser posible con “caras conocidas de televisión”, y no dedicaré ni un minuto más de mi energía en conquistarlo –nuestro idilio es imposible-, porque existe ese otro TEATRO, el que se escribe con mayúsculas, el de la emoción y el compromiso, el que te golpea en el estómago y sacude conciencias, destinado a ese otro PÚBLICO, el de siempre, aquel que me tiene verdaderamente enamorado y da sentido al sinsentido de esta profesión