“Ninguna de nosotras espera un milagro”: quédense fuera los amantes de lo establecido.
“Nuestra sociedad es masculina y hasta que no entre en ella la mujer, no será humana”. Así lo afirmó Henryk Ibsen en el siglo XIX y así lo revivimos el pasado 8 de marzo en el siglo XXI.
Mujeres atrapadas al tiempo que muy libres. Mujeres relegadas a la vez que independientes. Mujeres que callaron hasta que llegó el día de gritar. Mujeres conformistas y rebeldes. Al fin y al cabo, y sobre todo, mujeres.
Conocimos sus historias –qué pena, aún tan contemporáneas- gracias a “Ninguna de nosotras espera un milagro”, la obra que presentó la Escuela de Teatro de Alquibla el pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, en el Centro Párraga de Murcia. La propuesta, una selección de pasajes de las obras más destacadas de Ibsen; el resultado, un público sintiendo en las tripas el enfrentamiento de la mujer contra las convenciones sociales de la época.
Fueron catorce actores y 5 escenas de “Casa de Muñecas”, “Espectros”, “La Dama del Mar”, “Hedda Gabler” y “Juan Gabriel Borkman”, fundidas todas en un solo grito: ¡Libertad! La libertad de poder decir en voz alta, tras la muerte de tu marido, que no tienes “ni siquiera duelo en el corazón”. La libertad de no querer seguir siendo una niña pequeña para los hombres, la libertad de poder elegir por ti misma -aunque duela-, la libertad de marcharte porque algo dentro de ti te dice que ser mujer es mucho más que haber nacido para cuidar de otros. La libertad de mirar a los ojos a la familia, al matrimonio, a la maternidad, y decirles que hay algo que está por encima de ellos: la verdad de las personas.
Las actrices, todas, transmitieron ese dolor que en ocasiones llegaba al desgarro -y algún grito desesperado que hizo que a más de uno en el público se le pusieran los pelos de punta-. Los actores, todos, supieron ejercer ese poder de quien sabe que a la mujer se le juzga según el código de los hombres.
Y el maridaje perfecto fue, sin duda, la escenografía. Nueve sillas y una mesa resultaron suficientes para que el juego de luces y sombras hiciera el resto. La puesta en escena, un menos es más, transmitió la misma verdad que los personajes.
Por eso, el pasado 8 de marzo en Murcia, aunque no hubo puertas sobre el escenario, el público sintió, aún sin oírlo, el portazo de Nora. Y todos nos fuimos a casa acompañados por el sonido de la libertad.