A los hijos del Rock and Roll, ¡Por cuarenta más!
(*) Nacho Vilar
Recién llegado a Murcia, me presenté al casting de una compañía de esta tierra junto con mi añorado amigo Octavio Gago. Tanto cariño le guardo a aquel momento, que recuerdo aún parte del monólogo que improvisé en esa ocasión, sobre las vacas que se comían mis margaritas. Aquel director, que yo aún apenas conocía, se llamaba Antonio Saura. Fue él quien a principios de 1992 me llamó para decirme que nos habían seleccionado para formar parte del reparto de Rapsodia a fulano de tal. Fue una pieza sumamente experimental, donde trabajamos en colectivo en una creación arriesgada, muy contemporánea y extraña, muy acorde con esa compañía muy joven y el reparto que habíamos sido seleccionado, muy propio de aquellos años noventa donde la juventud podía con todo. Mil y una anécdotas me vienen ahora a la memoria sobre aquel trabajo que injustamente tuvo poco recorrido. Demasiado riesgo estético y dramatúrgico para una España que sólo tenía su mirada en la Expo 92 y en todos los grandes fastos. Era el final de la modernidad de los 80. Y así fue cómo conocí a la familia Alquibla y desde ese momento he permanecido ligado a ella, aunque no siempre de manera artística, pero siempre desde una parte afectiva y profesional importantísima en mi vida.
Durante algunos años más formé parte de los repartos de la compañía, pero finalmente colgué mis zapatos de actor, integrándome entonces en el equipo de producción y distribución. Porque en una compañía de teatro profesional, como han peleado ser Antonio Saura y Esperanza Clares desde el año en que se lanzaron a esta empresa, siendo poco más que unos adolescentes, hay que asumir tareas sumamente arduas, lejos de lo que la gente se imagina que es el teatro: administración, producción, distribución… En Alquibla me formé en este ámbito, con ellos he compartido, como compañero de profesión, luchas y reivindicaciones constantes por la profesionalización del sector teatral en Murcia, lo que tiene como símbolo clave el nacimiento de MurciaaEscena, que llegaría en 2002.
En 1998 compartí con Antonio Saura nuestra primera feria de teatro en Huesca. Rememoro con ternura ahora aquel stand como una foto digna de enmarcar, como los coleccionables de casas de muñecas. Llegamos cargados de dosieres, cd’s, carteles, un televisor, un proyector de DVD y hasta una mesita para hacer el espacio de tres por dos más acogedor. En esa feria, además, conocimos y trabamos amistad con compañeras y compañeros del sector que también comenzaban su recorrido por ferias de teatro (en las que ahora casi podríamos tener un máster): Raquel, Marián, Teresina, Belén, Helena, Raúl… Las personas detrás de grandes compañías estables de nuestro país como Che y Moche, Corsario, Quiero Teatro distribuciones, Fetal…
De esa feria regresamos con la maleta llena de ilusiones y de contactos para empezar a girar con un espectáculo que ya había despuntado en Murcia y que ahora veríamos triunfar fuera. ¡Ay, Mina y Fifi! ¡Ay, Lola y Esperanza! A Las reinas del Orinoco les tocó entonces surcar las tierras de la península, desde el Festival de las Autonomías de Madrid (1998) a aquellos quince días en el Teatro del Mercado de Zaragoza (sí, he dicho quince días, entonces todavía era posible hacer eso y Las reinas se lo ganaron a pulso). Al día siguiente del estreno en la capital maña, me quedé esperando a que saliese la crítica en la prensa escrita. Fue maravillosa, como no podía ser de otra manera, porque estos dos pedazos de actrices, Esperanza Clares y Lola Martínez, estaban para comérselas; como dijo el crítico Fernando Ardú, «en este espectáculo, lo sublime corre parejo con lo vulgar…». O, en palabra de Jaime Siles en El Cultural de La Razón (Madrid) en ese mismo 98, tras presentar la obra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid: «Las reinas del Orinoco es mucho más que una comedia musical: es una imagen de la verdad que hay en nosotros mismos. (…) El resultado es lo que antes se llamaba una pieza bien hecha, que enriquece el sistema perceptivo del público y que facilita algo tan difícil como el encuentro consigo mismo por parte del espectador».
La metáfora de una compañía como una familia es inagotable. Por ello se me entrecruzan ferias de teatro, cansancio de viajes en furgoneta, con los recuerdos más humanos. Con Antonio, Lola y Esperanza, pero también con otros tantos entrañables compañeros en estos años. Cuántas risas y complicidades compartí con Jesús Martínez “Mimosín”, el técnico de la larga gira de Las reinas del Orinoco. Cuántas otras tantas con Jacobo Espinosa y Sergio Alarcón, quienes a partir del 99 entraron a formar parte de la compañía y su reparto habitual.
Cuarenta años a las espaldas, como ahora cumple Alquibla, y Antonio Saura como director artístico y Esperanza Clares como productora, es también saber ofrecer la mayor calidad y compromiso artístico con diferentes géneros y formatos, de pequeñas escenografías donde nada hace falta más que la verdad de dos intérpretes, a grandísimos formatos, o espectáculos juveniles a ritmo de rock, como fue Rinkonete y Kortadillo o una apuesta por infantiles de suma calidad, que marcaron a una generación de niños y niñas que se acercaron a través de ellas al teatro, como la Trilogía El fantasma del teatro (1998), Planeta humo (1999)o Game Over (2000), de Ginés Bayonas, que recorrieron todo el país.
En el año 2000 llegó El sueño de una noche de verano, una gran puesta en escena que combinaba la belleza y la locura amorosa con aroma a Mediterráneo y el humor más desternillante. Cruzamos el siglo con Paso a nivel, de Fulgencio M. Lax, una obra que nos abría las puertas a ese incierto año 2000, y con la que recorrimos y enfrentamos desde la escena todos los miedos a la parálisis del mundo y el final de esa incipiente tecnología que tanto apreciábamos. Nada fue así, qué ingenuidad hermosa con todo lo que aún nos deparaba el siglo.
El día más feliz de nuestra vida, de Laila Ripoll, en 2005, fue otro de esos momentos bonitos que te regala la profesión. Junto a Lola y Esperanza se unía otro de los talentos de la Región de Murcia, Susi Espin, actriz que ya venía trabajando y destacando en otros grandes montajes de la compañía. Por tantos teatros, en una larguísima gira, nos hicieron reír con amargura estas tres chiquillas la noche antes de su primera comunión en plena dictadura franquista.
Con Alquibla Teatro nos sentimos juntos, incluso cuando empresarialmente hemos tenido caminos paralelos. Pero fue una nueva crisis económica, que tanto efecto tienen en el sector, cuando volvimos a converger en una coproducción, en esta ocasión con un texto de Juan Montoro Lara y un nuevo reparto de lujo, pues se sumaba Rocío Bernal a las habituales Lola Martínez y Esperanza Clares. Se tituló Bailando con lobas y nos hizo felices en los escenarios en un tiempo de suma dificultad para la profesión.
Hasta ahora este ha sido mi “punto y seguido” de mi trayectoria con Alquibla Teatro. Siempre tendrá mi agradecimiento esta gran compañía con la que empecé mi vida profesional en la Región de Murcia, con la que he aprendido gran parte de lo que soy. Pero, más allá de lo profesional, en lo personal no tengo palabras para definir el cariño que siento por ellos, tanto como por esa niña que conocí jugando en un camerino con apenas dos años y que con sus muñecas recitaba textos inconexos de Pirandello; esa misma que hoy en día es una gran dramaturga y estudiosa del teatro, Alba Saura Clares.
La historia de las Artes Escénicas murcianas sería inconcebible sin la trayectoria de esta formación capitaneada por Esperanza y Antonio -tanto monta, monta tanto-. Y ya sabéis que los viejos rockeros nunca mueren, pero, sobre todo, como dirían Mina y Fifí, las Reinas del Orinoco, que falta lo más hermoso todavía.
¡A por cuarenta más!
* Productor y distribuidor. Director gerente de Nacho Vilar Producciones, S.L. y presidente de MurciaaEscena.
Foto: Gerardo Sanz