AUTORRETRATOS
(*) Juan Antonio Lorca Sánchez
Cuarenta años sin titubeos, sin dudar de que el camino elegido es el correcto, es un plazo suficientemente amplio para reconocer la personalidad de un proyecto que durante ese tiempo ha corrido en paralelo a la historia de nuestra región, generando, de este modo, un legado que va más allá de la propia escena. Alquibla, así, ha sido más que una compañía teatral. Se ha revelado como un lugar y un momento propicio donde analizar cuestiones de calado para la sociedad, fomentando, desde la responsabilidad, el espíritu crítico. Su historia es el recorrido por un tiempo compartido salpicado de múltiples lecturas que conforman una especie de autorretrato de sus creadores. Cuando un artista se aproxima a su propia representación tiene que ser escrupulosamente honesto con ese relato, asumiendo cada uno de los aspectos que construyen el semblante, en un proceso sincero donde no se persigue la justificación sino la percepción de la realidad. Esto es lo que encontramos si echamos la vista atrás y contemplamos la evolución de Alquibla desde su fundación en la década de los ochenta, con propuestas cercanas al teatro musical, pasando por etapas más políticas, incluso por periodos de desencanto que, sin embargo, fueron tremendamente productivos. Todo ello se presenta como una especie de lienzo donde los personajes, despojados de artificio, se enfrentan al público genuinos, intentando transmitir afectividades más allá de las formas.
Ese gran autorretrato es un irrefrenable deseo de conocerse a sí mismo, es la curiosidad continua por ponerse en cuestión a cada paso, es la reflexión sobre los matices que marcan el posicionamiento en el mundo. Como si de un autorretrato de Rembrandt o Goya se tratara, Alquibla no dulcifica lo que ofrece, sino que realiza una introspección, que puede resultar dolorosa, en su afán por desvelar la verdad. Y así llevan cuarenta años, un tiempo de idas y venidas, de crisis y de hallazgos, donde el mundo ha operado grandes transformaciones que han modificado las pautas de comunicación y, en consecuencia, la idiosincrasia de las relaciones. No obstante, sus propuestas siguen teniendo en el centro de tensión al ser humano y sus intereses. Además, sus narrativas toman conciencia de la significación del conocimiento de la identidad, sobre todo, en el mundo globalizado.
Si como dice la canción, veinte años no son nada, cuarenta parecen el principio de esta compañía por su entusiasmo, por su amor a los clásicos, que sigue intacto, por sus ilusiones renovadas y por ser un lugar tangible, un espacio de la memoria que incluye a la sociedad, cuya experiencia se ve ensanchada por las aportaciones con las que alimenta nuestro día a día. La huella de Alquibla está ya impresa, pero sus itinerarios van a seguir explorando la realidad del hombre contemporáneo.
(*) Juan Antonio Lorca Sánchez es Doctor en Bellas Artes.