Y también están esas noches que jamás ya se olvidan, y sin necesidad de que reinase en ellas la luna llena sobre París, ni tampoco que su misteriosa luz se posase sobre la estatua del jardín botánico, ni que al asomarte a la ventana vieses, ay, a… la chica de ayer. Una de esas noches memorables la disfrutamos un día de agosto de 2000, y, sí, había luna llena, pero observando feliz ella también un espectáculo teatral. Les cuento: estábamos en el Auditorio Parque Almansa, sede del Festival Internacional de Teatro, Música y Danza de San Javier. El público llevaba dos horas divirtiéndose, de fiesta, gracias a la representación de ‘El sueño de una noche de verano’ puesta en pie por los murcianos de la compañía Alquibla Teatro, que dirige Antonio Saura y que, en este 2024, celebra sus 40 cumpleaños, y sin nada a la vista que haga presagiar ninguna crisis existencial.
Ya se sabe que cuando Shakespeare nos lleva de juerga deja en pañales a los vampiros noctámbulos. Qué función ofrecieron esa noche: el público no quería despertar del sueño fantástico que nos mantenía con los ojos bien abiertos y el oído atento a todo cuanto pasaba en el escenario. Una juerga: colorista, sensual, vitalista, divertida, cómica, inteligente, vetada a la cursilería y al empalago, a los tontos de capirote y a los muermos, a los bobos y a los incautos. Se siente: cuando a Shakespeare se le trata con el respeto y la entrega que merece, éste responde, desde el otro mundo, lanzando una especie de polvos mágicos sobre el cuerpo y el alma del espectador. No pasa siempre, no está el genio inglés todo el tiempo fuera de la tumba, venga a recorrer teatros adormecidos. Claro que no. Pasó esa noche fantástica con ese ‘Sueño de una noche de verano’ de ritmo trepidante y sugerencias mil. Mil carcajadas, mil emociones, mil sonrisas, mil anhelos, mil deseos, mil suspiros, mil peticiones a los duendes y las hadas de la madrugada para que no se olviden de nosotros, que también somos hijos de Dios, más o menos.
Ahora estamos en 2024, y Antonio Saura y Alquibla Teatro siguen muy vivos, todavía entregándose con pasión a los escenarios y asumiendo nuevos retos y generando expectativas lejos del agotamiento. Llevo desde el principio de su trayectoria disfrutando de esta compañía y de su amor por el teatro, su absoluto respeto por el público, la pasión con la que sus intérpretes –imposible citarlos a todos, ¡enhorabuena!– pisan el escenario. Su historia es una colección de veladas gloriosas, de buenos recuerdos dejados a buen recaudo en la memoria agradecida de miles de espectadores del mejor teatro.
De todo les he visto hacer, incluido abordar con éxito el teatro musical con el arriesgado montaje ‘Mucho ruido about nothing’ (de 2019), una versión libre de ‘Mucho ruido y pocas nueces’ con mucho swing, gozo, amor, locura… En una ocasión, acabado el estreno en 2022 de ‘Mi cuerpo será camino’, la primera entrega de la ‘Trilogía del camino’ escrita por la dramaturga Alba Saura Clares, hija de Esperanza Clares y de Antonio Saura, se le acercó al director un espectador, muy emocionado, que recordaba perfectamente el día en que su padre, emigrante, se montó en un tren para marcharse y pasaron trece años hasta que regresó… Los montajes de Alquibla o bien calan hondo o bien te sacan de la rutina o bien te inquietan sin necesidad de quemarte, pero lo que no son es un fraude, ni conocen no estar llevados a buen puerto sin que se ponga en ellos, al menos, dos buenas raciones de profesionalidad y mucho corazón. Son infinitas las felicitaciones que esta compañía recibe de su público, que la sigue fielmente, y que en muchos casos la ha ido viendo ‘crecer’; público al que se van uniendo espectadores jóvenes que garantizarán la continuidad de una forma de entender el teatro, y de hacerlo realidad, muy especial.
Alquibla ha hecho historia: la hizo, por ejemplo, el 12 de mayo de 2020, ofreciendo en la Región de Murcia la primera función de teatro virtual, el monólogo de Fulgencio M. Lax ‘Llévame contigo. Concierto para una mujer sola’. Una fantástica Esperanza Clares se entregó al reto de su primera incursión en el teatro ‘online’, a través de Zoom, sin público en vivo pero en riguroso directo, como si la supervivencia del planeta dependiera de que ella se dejase la piel esa noche, allí, en el dormitorio de su propia casa. Fue un momento realmente mágico, reconfortante, extraño, bellísimo, en mitad de la pesadilla de lo peor de la pandemia.
Son legión ya los montajes que les debemos: ‘Trabajos de amor perdidos’ (1987), ‘Cuento de Invierno’ (1996), ‘Macbeth’ (2016), ‘Tartufo’ (2009), ‘La casa de Bernarda Alba’ (2011), ‘Los caciques’ (2017), ‘La malquerida’ (2014), ‘No me falte el aire’ (2023, segunda parte de la Trilogía del Camino)… Y esto sólo acaba de empezar: los creo capaces de todo, incluso de montar un día una versión teatral de la ópera de Gluck ‘Orfeo y Eurídice’, a cuya aria ‘Che farò senza Euridice?’ seguro que sabrían sacarle un delicioso desfile de emociones. Si se empeñan, que nadie lo dude, son capaces de sacarle el jugo escénico a una historia protagonizada por un ácido zumo de limón recién exprimido. Se han convertido en un antídoto contra la rutina que te puede llegar a aniquilar y los lobos con piel de hombre que te persiguen, un oasis en el que refugiarse para tomar aire: la belleza, la verdad del teatro.
Jérôme Savary, amante de la comedia, el circo, el carnaval, el cabaret y los escenarios inundados de magia, sostiene que «un espectáculo aburrido es un crimen». Estoy de acuerdo, ¡benditos sean estas gentes de Alquibla Teatro! También tiene toda la razón David Mamet cuando afirma que «no todo el mundo puede levantar un granero, pero cualquiera puede incendiarlo». De lo que estoy seguro es de que, porque como además son muy buena gente, jamás serían capaces ‘los Alquibla’ de hacerle daño ni a una mosca.
(*) Antonio Arco es periodista cultural y crítico teatral de LA VERDAD-grupo VOCENTO de comunicación.