«Quien elige por 40 años el teatro, elige la vida», por Alba Saura-Clares.

«Quien elige por 40 años el teatro, elige la vida», por Alba Saura-Clares.

Lo mires por donde lo mires, dedicarte cuarenta años al teatro es una locura. Y si lo pensamos mejor, casi una temeridad. Alquibla Teatro es una compañía -una empresa, vaya-, desde 1984, años antes de que yo naciera. Y antes de eso fue un sueño, un juego, un deseo de mirar al horizonte, y a él han seguido aferrándose hasta dedicar toda una vida a esta quimera. 

A lo largo de este celebratorio 2024, donde mucho hemos pensado en el tiempo, en el legado, en el olvido y en el sentido del arte, me he dado cuenta de varias cosas. En primer lugar, que, como todo en esta vida, en Alquibla y su historia hay mucho más de empeño que de suerte, aunque sí una pizca de casualidad y una cantidad inmensa de dejarse llevar y divertirse. 

Ahora estoy segura de que mis padres llevan cuarenta años viviendo en una compañía de teatro por un deseo irrefrenable de sentirse vivos. Creo que esta fue la forma que ellos encontraron de disfrutar de la vida, de relacionarse con ella, de comprometerse, de pelear, de ¡ah! respirar, de compartirse, de amarse y amar. Esa es la única explicación posible al hecho de haber armado un proyecto vital que se sustenta en el teatro y que no casualmente elige este arte. El teatro les ha regalado la adrenalina y la viveza, les ha permitido sentirse al borde del abismo en cada estreno y abrazar ese precipicio, les ha posibilitado apostar, asumir la ansiedad, celebrase con alegría entre los aplausos y compensar los sinsabores de esta profesión y no tirar la toalla, incluso cuando estaban a la deriva, hasta encontrar cómo seguir navegando rumbo a lo incierto. 

Cuando, en los años ochenta, se consolidaron proyectos de compañía como Alquibla en cada comunidad autónoma, en la flamante democracia española, más allá de configurar cada artista y cada colectivo sus poéticas y sus carreras, estaban construyendo un sector. Incluso cuando no tuvieran claro ni qué significaba. Estaban abriendo la puerta a ser profesionales de este arte, un hecho aún a día de hoy casi imposible. 

Ellos concibieron desde Murcia, como otros lo hicieron en sus tierras, un proyecto teatral desde la responsabilidad que debiera estar en manos de las instituciones públicas. Este era su sentido de lo político, no solo de lo artístico. Han querido siempre ofrecer a Murcia, y de ahí exportarlo como bandera, la puesta en escena de autores clásicos, de dramaturgia murciana -a la que tanto le han brindado- o de proyectos experimentales     -asumiendo hasta el fracaso más beckettiano-. Han convocado desde los escenarios a las voces nuevas que nos hablan desde el hoy como a las antiguas que nos hacen dialogar en las redes del tiempo. 

La trayectoria de Alquibla ha sido, ahora en la distancia lo entiendo, lo más cercano a la construcción de una suerte de canon para el público de Murcia: desde el deseo de iniciar a niños y jóvenes a la apuesta por consolidar espectadores de teatro. Alquibla se concibió como una empresa privada al servicio de un sentido público. 

Han creído tanto en el teatro, a veces hasta demasiado, que no han dejado de pelear por él, desde cada obra a la fundación de la primera asociación profesional en Murcia, la ya longeva Murciaaescena, que fue una primera piedra de un sector que cuenta ahora con una asociación de dramaturgia, otra de dirección, de intérpretes, de danza y de técnicos. 

Los he visto, en cuarenta años, adentrarse con ilusión en proyectos que hasta yo de niña les hubiera gritado: “¡pero no veis que esto es una locura!”, y han defendido tanto el acierto como el error, y han seguido jugando felices a hacer lo que los ha mantenido vivos y, lo mejor de todo, lo que les ha dado la gana.  

«Alba, anoche me desvelé y ya tengo el final de Bodas de sangre. Leonardo y El Novio abrazándose sobre un aljibe y dejando caer al suelo sus navajas y sus cuerpos, ligados por la muerte». 

«Alba, vamos a montar Orestíada, estoy obsesionado con ella desde primero de carrera en la ESAD, ¿no te parece maravilloso?».

«Alba, el siglo XX lo vamos a despedir con un texto hermoso de Fulgencio M. Lax, te va a encantar». 

«Alba, a papá se le ha quemado la furgoneta, ya buscaremos una solución, pero ahora nos vamos que esta noche estrenamos». 

«Alba, estoy pensando en un cuadro gigante como ciclorama, El beso robado de Fragonard, coronando El día de las locuras, de José Ramón Fernández». 

«Alba, piensa en una chaise longue roja gigante y un árbol inmenso de forma fálica. Ese es el espacio escénico que me imagino, y cartas y cartas cayendo al final sobre Lola Martínez como Merteuil». 

«Alba, voy a convencer a tu padre, porque acabo de leer un texto de Laila Ripoll que me ha encantado y tenemos que montarlo». 

«Alba, no le he dicho nada aún a tu madre, pero el próximo espectáculo va a ser La Malquerida. Está en el momento perfecto para enfrentarse a esa protagonista, ¿me ayudas a convencerla?».

«Alba, en Los Caciques dice tu madre que hay que bailar un pasodoble, ¿qué te parece?». 

«Alba, ¿y si celebramos los 30 años de Alquibla con un Shakespeare con banda de swing en directo? ¿Te atreves a hacer la versión?».

«Alba, tu padre y yo estamos probando a hacer un espectáculo por Zoom. Dile que sí, que como no hagamos algo nos va a volver locas con este encierro». 

«Alba, nos vamos tres semanas al Teatro del Mercado de Zaragoza… Alba, nos ha salido una gira increíble con El sueño de una noche de verano… Alba, nos vamos a un festival a Miami… Alba, nos vamos a Argentina y justo nos dan un premio en Murcia, ¿lo puedes recoger tú?… Alba, está yendo genial la gira de La casa de Bernarda Alba… Alba, te llamamos cuando lleguemos… Alba, papá se va a quedar en el teatro, probando luces. Vamos a comer allí con él. Está todo montado, pero ya sabes que antes de un estreno no quiere estar en otro lugar…». 

Claro que lo sé. 

Y así. 

Se me confunden los recuerdos de lo vivido y lo contado. Las historias de festivales donde nunca estuve; las anécdotas para llorar de risa después de un bolo al que nunca fui; la imagen de mi madre embarazada de mí dando saltos en Fuera de quicio o ese  Woyzeck que estrenaron en San Javier, yo recién nacida -y cómo me habría gustado ver esa puesta en escena-; los recuerdos imposibles de mi yo niña con cuatro años de gira con Esperando a Godot -pero recuerdo la piedra, y el árbol, y los ensayos en el monte, y las zanahorias entre bambalinas, y la lluvia de Jerez de la Frontera, eso no puede ser solo contado-; o mis innecesarios personajes en Cuento de invierno y El sueño de una noche de verano para poder compartir las giras con ellos; o recordarme aprendiendo como ayudante de dirección y tomando como loca apuntes en libretas para váyase a saber qué o sentirme cada vez más segura y motivada detrás de una dramaturgia. Y me recuerdo aterrorizada en el estreno de Macbeth en el Teatro Romea, porque era una apuesta oscura, pero nos encantaba, y cómo ese día me prometí que nunca más vería un estreno en el patio de butacas porque ahora sentía un vértigo que nunca había vivido, que era duda, adrenalina, estómago encogido. Y saber convertir ese vértigo en firme ilusión y lanzarnos a recorrer toda la Trilogía del camino deseosa por escribir, junto a la compañía, con la misma ilusión enfermiza que ellos llevaban años saboreando. 

Eso es lo que he comprendido este 2024: su ilusión inagotable. Su enfermiza ilusión inagotable con la que yo fui aprendido a vivir. 

Ayer hablaba con mi madre por teléfono y me contaba que estaba nerviosa y emocionada porque esta semana hacían las tres obras de la Trilogía del camino en tres lugares distintos. «Pero, mamá, ya se hicieron seguidas en el Romea». Y qué. Ella sigue igual, nerviosa y emocionada a sus sesenta años de vida y cuarenta de farándula, como si fuera cada noche la primera que se sube al escenario. Sintiéndose viva. 

Y este 2024 he compartido con ellos recuerdos, y junto a ellos los de las tantísimas personas que han formado parte de la familia Alquibla. Y hemos compartido la seguridad de que pasará el tiempo, años, décadas, un siglo, y otras compañías, lideradas por personas que aún ni han nacido, llegarán -¡y, por favor, que así sea!-, y esta historia, la de Alquibla, habrá pasado, y quizás sean pocas las personas que entonces recuerden cómo se llamaba la compañía, ni exista la acequia con ese nombre que abraza Murcia y los abrazó a ellos, ni quienes recuerden cómo brotaban las escenas a ritmo frenético y tempo contenido o cómo parecían casi cuadros en manos de Antonio Saura, ni nadie hablará ya a la puerta de un teatro de un personaje en el que Esperanza Clares estaba fabulosa, y estará bien. Y llegará el espléndido olvido y todo, todo -todo-, habrá valido la pena.

Porque ellos eligieron el teatro para sentirse vivos y para comprometerse con el mundo y eso lo lograron hasta no poder más. Porque quien elige por 40 años, y más, el teatro, elige el presente, efímero y eterno; elige el arte y la vida, y no puede haber nada más hermoso.